¿Sabes ese instante en el que todo parece ir bien, casi demasiado bien… y de repente, ZAS, la vida decide que no, que toca tormenta?
Así nació Ana Mata (la marca, que tiene que ver mucho con la persona), y no, no es un “cuento bonito de reinvención” hipster, ni el enésimo vómito de storytelling.
Es literalmente un rayo: rápido, jodidamente disruptivo, imposible de ignorar, y sí, tan verdadero como una cicatriz que adorna tu piel desde pequeña.
El origen de mi marca
Para empezar, mi marca no nació con una lluvia de ideas ni siguiendo checklists de “identidad visual poderosa”—por favor, ¿quién narices puede vivir con eso?.
Mi branding es la consecuencia de romperme en mil pedazos y volverme a construir a martillazos. Lo gráfico, lo verbal y lo vital: todo viene del mismo tornado que arrasó con todo lo que creía y que mi querida Nayhara, creadora visual de mi marca y traductora imposible de mi mente, supo recrear tan bien en fondo y forma.

Te resumo mi viaje, desde la semilla y el origen más primigenio:
La «Ana de cielo despejado», vivía cumpliendo un guion que ni me había parado a leer. Prácticamente me había subido en una moto que iba a 200km/h y que no tenía frenos. Tampoco se quedaba sin gasolina.
Hasta que un día cayó el rayo.
Crisis personal de esas que te dejan sin ganas ni de pedir cita al fisio.
… ¿hacía dónde iba yo tan rápido?…
Ahí entendí el mito: los rayos en la mitología eran señales de los dioses. Si Zeus, Thor y los mayas lo tenían claro (“atención, que algo GORDO va a cambiar”), ¿cómo no iba a pillar la indirecta?
No, no es postureo aunque sí que cumple el patrón de la historia del héroe: la vida me tumbó con caídas en la moto y en ese silencio, justo después del trueno, supe que había solo dos opciones—esconderme en la ceniza o usar ese destello para iluminar mi propio camino.
Así nacieron la nueva Ana y la marca.
Un rayo: el símbolo
Mi logotipo, diseñado por Nayhara (una persona muy grande que no para de crecer), es cualquier cosa menos convencional. Un símbolo que resume mi apellido pero también mi viaje:
La “A” y la “N” se funden en un rayo ascendente—no es casualidad, es el reflejo de esa sacudida que separa la oscuridad de la reinvención.

El rayo no es solo un símbolo visual. Es un arquetipo: poder, ruptura, ascenso. Es la herida luminosa de que algo cambió para siempre.
Lo elegí porque resume mi forma de estar en el mundo: soy pausa y soy golpe, soy energía que incomoda pero ilumina (y sí, yo me hablo así).
En cada intervención, en cada proyecto, intento provocar ese chispazo que hace que alguien no vuelva a mirar igual lo que miraba ayer.
Contraste a rabiar: blanco/negro, locura/serenidad, control/impulso, frialdad/calidez… Aquí conviven todos los “yo” posibles que habitan dentro de mí. Si alguna vez me has conocido en persona, no te puedo asegurar con cual de ellas has hablado.

Mi marca no se casa con un color —como yo no me caso con ninguna verdad absoluta. Pero sí vibra con un contraste vital: el rojo más rebelde que incendia y provoca; el verde más auténtico que recuerda que la autenticidad es raíz y crecimiento; el negro roto y el blanco puro que, juntos, representan ese mundo de extremos que no me asusta habitar.

Los colores no son decoración: son declaración. Son un “estoy aquí” que no pide permiso
Tipografía en palo seco, líneas diagonales, bold hasta el exceso—para que no quepa duda de que yo no vine aquí a pasar desapercibida… ¿por qué si no iba a llevar una gafas verdes?.
Mi letra es imperfecta, con diagonales que ascienden, como quien escala una montaña en vertical.
Podía haber elegido algo suave y naif. Pues no.
Mi branding es crear contraste, forjar símbolos que, como los rayos, queman primero y alumbran después.

Vivir en el contraste
El isotipo de mi marca se construye a partir de mi nombre, porque no concibo una marca que no se sostenga en lo que digo, hago y soy.

Y sí, la inicial de mi logo está invertida. Porque solo cuando te atreves a dar la vuelta a las cosas encuentras el verdadero sentido de lo que estabas buscando.

En mi caso, la personalidad de la marca es la persona; la historia no se vende, se demuestra. Soy:
- Alma libre y rebelde, sí. Pero siempre con propósito: no rompo por deporte, rompo para construir otra versión mejor (de mí y de quien se cruce).
- Valiente (aun con miedo): prefiero incomodar con verdad a adormecer con frases bonitas (y créeme, me da miedo hacerlo).
- Intelectual y emocional: puedo citar a Al Ries o a Plutchik y a la vez contar una anécdota personal que conecta contigo sin filtros.
- Imprevisible y memorable: nunca entrego lo obvio. Soy sorpresa, porque la sorpresa es la forma más pura de atención.
- Transformadora: no me interesa que la gente me siga, me interesa que la gente cambie después de cruzarse conmigo o mi marca.
Mi marca nace de mi manera de ver la vida: la de no aceptar lo establecido como dogma, la de reírme de lo correcto cuando lo correcto encadena, la de buscar belleza en lo imperfecto, como en un tatuaje hecho a pulso, torcido, pero auténtico… Los tatuajes, también presentes en mi identidad… (gracias Nay)

¿Por qué así?
Mi marca no quiere simplemente comunicar. Quiere transformar. No hablo de cambiarlo todo, hablo de encender chispas (incendiar era demasiado guerrera y yo ya no soy así).
De ser ese rayo que, cuando rompe el cielo, te obliga a mirar hacia arriba aunque no quieras. De ser el silencio que queda después de ese estruendo.
El propósito está tejido por tres hilos entrelazados:
- Dar voz a quienes no fueron escuchadas. Porque sé que demasiadas veces se nos enseñó a estar guapas y calladas. Mi trabajo es entrenar voces para que se conviertan en herramientas de liderazgo real.
- Construir autenticidad. En un mundo saturado de ruido, mi marca existe para recordarte que la autenticidad no se negocia. Que tu imperfección es tu fuerza. Que lo manual, lo torcido, lo único, conecta más que lo pulido y artificial.
- Enseñar con rigor y arte. Mi propósito no es inspirar con frases vacías, sino con ciencia y storytelling. Creo en la neurociencia, en la prosodia, en el lenguaje no verbal. Y también creo en los mitos, en el cine, en el arte como vehículos de verdad.
En definitiva, en una frase directa y al cuello, lo que prometo como marca, es lo que soy:
El arte de ser inolvidable
Y todo lo he plasmado en un vídeo que hasta me atrevido a crear… Imperfecto, como yo…
Mi marca no es complaciente. Es un espejo incómodo. Es el recordatorio de que lo fácil adormece, y lo que sacude transforma.
Mi marca soy yo: paradoja, contraste, rebeldía.
Mi marca eres tú que me has ayudado a llegar hasta aquí: Nay, Ángel, Elena, Eva, Jess, Mari, Arturo, Silvia, Alex, Manu, Cande, Maika, María, Sergio, David.
También eres tú que me lees aunque no encuentres tu nombre ahí arriba.
Y estoy aquí porque creo firmemente que solo desde la autenticidad podemos mover montañas.
O mejor: partirlas con un rayo.
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