Estás en una sala de museo, frente a «El taller del pintor» de Gustave Courbet. En el centro, el artista trabaja en su lienzo, rodeado por una caótica mezcla de personajes: campesinos, burgueses, niños. Cada figura parece atrapada en su propio mundo, pero todas orbitan alrededor del pintor.
Él crea. Él produce. Pero, ¿y si no quisiera pintar hoy? ¿Y si simplemente quisiera sentarse y mirar? ¿Seguiría siendo valioso?

Esta pregunta me persigue últimamente.
Vivimos en un mundo donde el valor humano parece medirse únicamente por nuestra capacidad de producir. La productividad es la nueva religión y nosotros, sus devotos más fervientes. Pero, ¿qué pasa cuando no queremos pintar? ¿Cuando no queremos crear? ¿Cuando simplemente queremos ser?
El mito del descanso como fracaso
Hace poco, una amiga me confesó que se sentía culpable por tomarse un día libre. «Es que siento que estoy perdiendo el tiempo,» me dijo. Y ahí estaba: esa vocecita que nos han metido en la cabeza desde pequeños. Si no estás haciendo algo «útil», estás fallando.
Pero, ¿útil para quién?
Porque mientras mi amiga se torturaba por no trabajar, recordé una escena de «Las horas», esa película basada en la novela de Michael Cunningham.
Virginia Woolf (interpretada por Nicole Kidman) camina lentamente por su jardín, con un cigarro en la mano y una mirada perdida. No está escribiendo ni produciendo nada tangible en ese momento, pero está creando algo mucho más valioso: espacio para pensar.

¿Por qué hemos olvidado que el descanso también es parte del proceso creativo? Que las pausas son tan importantes como los momentos de acción.
Esa amiga era yo y sí, hablo conmigo misma y en ocasiones no me hablo.
La obsesión con la productividad no es nueva, pero se ha intensificado con el tiempo (benditos avances, ja!).
Durante la Revolución Industrial, los trabajadores eran valorados por su capacidad de operar máquinas durante largas jornadas. ¿Te suena? Lo suponía…
Hoy, nuestras «máquinas» son los ordenadores y los smartphones, pero la lógica (ilógica) sigue siendo la misma: más horas, más resultados.
Esta mentalidad nos ha robado algo esencial: nuestra humanidad. Nos hemos convertido en engranajes dentro de un sistema que premia el agotamiento y castiga la pausa.
El arte como resistencia
En un mundo obsesionado con producir, crear arte sin propósito comercial es un acto revolucionario. Joder, no me creo que yo esté diciendo esto. Bienvenida a mi mundo de contradicciones.
Piensa en Frida Kahlo pintando sus dolores y amores en lugar de buscar aprobación externa. O en Patti Smith escribiendo poesía mientras vivía en un apartamento destartalado en Nueva York.
El arte nos recuerda que no todo tiene que ser útil o rentable para ser valioso. – Ana Mata, artista y antirentable.
A veces, simplemente es.
Y eso basta.
Hace poco releí «Walden» de Thoreau, ese manifiesto sobre vivir despacio y con intención. Thoreau se retiró a una cabaña junto a un lago porque quería «vivir deliberadamente». No para ser más productivo, sino para conectar con lo esencial.
Su mensaje resuena hoy más que nunca: necesitamos desacelerar para recordar quiénes somos fuera del trabajo.
«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir , cuando tuviera que morir, que no había vivido.» – Thoreau
Vivimos en un sistema que nos empuja constantemente a hacer más, ser más, lograr más. Pero hay pequeñas formas de resistir, o al menos yo lo veo así. Consejos doy, que para mi no tengo (pero estos pocos son para ti):
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Haz menos: Sí, menos. Aprende a decir «no» a cosas que no te aporten valor real.
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Celebra las pausas: Tómate un día libre sin sentir culpa. Mira una película absurda o pasa horas mirando al techo.
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Crea sin propósito: Escribe un poema que nadie leerá o pinta algo horrible solo porque sí.
Al final del día, somos mucho más que nuestras listas de tareas pendientes o nuestros logros profesionales.
Somos seres humanos con historias complejas, emociones profundas y sueños extravagantes.

Así que la próxima vez que sientas la presión de ser «productivo», recuerda esto: incluso Courbet tuvo días en los que no quiso pintar.
Y está bien.
Me gustaría compartir experiencias: ¿cómo te rebelas tú contra la tiranía de la productividad?
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